Capítulo I // Y al mentir, diré la verdad.

I want to hold you to the sun
I want to be your faithful one
I want to show you all the beauty you don't even know you hold
I'm hurting you for your own good
I'd die for you, you know I would
I'd give up all my wealth to buy you back the soul you never sold

I want to mix our blood and put it in the ground
So you can never leave
I want to win your trust, your faith, your heart
You'll never be decieved

Liar


Liar - Emilie Autumn




Cinco y media de la mañana. ¡Claro que estaba despierta! Ella dormía muy poco de noche. Amaba el frío y la oscuridad. El negro, el violeta y el azul. La piel pálida y el pelo oscuro, ropa monocromática sólo ocasionalmente con algún color. La boca pequeña, la nariz perfecta, cejas largas y cuidadas, ojos oscuros y felinos, contenidos en un rostro ovalado. "Mirada sombría", le habían dicho hacía algunos pocos días, y no había logrado apartar esa definición de su mente. Aún así, lo único que realmente le gustaba de sí misma, era su cuello fino y largo, más específicamente, la unión de este con sus hombros. Esa curvatura delicada y tentadora era su orgullo, en especial a partir de que, en su temprana adolescencia, descubrió su amor por los vampiros. La sangre siempre le había gustado y resultado atrayente, pero a pesar de esta descripción, no estamos hablando de una enferma mental, ni de alguien resentido con la vida. De hecho, era una joven muy alegre, a quien su enfermizo pasado la había obligado a madurar sin lograr trastornarla. Bueno, casi sin lograr trastornarla. No creía en Dios, ni en la magia que adoraba, ni en ninguno de los millones de libros que leía, pero creía en el amor. Y amaba, sin importarle consecuencias o dolor. Y eran las cinco y media de la mañana, y ella, como siempre, leía, escuchando música que oscilaba entre el folk, el rock, el metal, el tango, y los delirios clásicos-electrónicos de su artista preferida. Y así, acurrucada en su cama en pleno invierno, ella pasaba esta noche como tantas otras, envuelta en sábanas y frazadas para compensar el hecho de estar en la habitación más fría de toda la casa. Leía su libro, sobre vampiros esta vez (por mucho que le gustaran, ya había leido tanto sobre ellos que este hecho no era algo común hoy en día), cuando de repente, sintió un peso a su lado en la cama. Se volteó confiada en encontrar a su gato, y paró en seco ante la visión que se le presentaba. Piel blanca reluciente, ojos verdes eléctricos, pelo negro hermoso, suave, brillante, ni una arruga en su rostro... Había leído demasiado sobre ellos como para poder darse el lujo de no reconocerlo. A su lado yacía un vampiro, o por lo menos, el enfermo mental más perfeccionista que había conocido en su vida. Y había conocido bastantes.
Con los ojos muy abiertos, lo observó, sin atreverse a moverse, hasta que aquel... ser, habló.
"Hola, Raquel. Te extrañé." Qué hermosa voz que tenía... Pero la opción "enfermo mental" era cada vez más predominante en su cerebro.
"No no no, hermosa mía. No soy un enfermo. Bah, quizá lo sea, pero aparte de eso, también soy un vampiro. ¿Acaso no soñaste conmigo más de una vez?" Al no recibir ni siquiera un gesto en respuesta, prosiguió. "No te olvides de respirar, cariño. Es muy importante, al menos para tí.
Ah, pero qué maleducado soy, permíteme presentarme. Mi nombre es Dante, sí, tu nombre preferido, y sé que no te llamás Raquel. Pero recuerdo esa historia de vampiros que escribiste hace 2 años y nunca terminaste (una pena, la verdad, me quedé con intriga por saber cómo seguiría), y el comiquísimo detalle de que el hombre se llamaba como yo. Y esa encantadora costumbre que tienes de hablar en tercera persona de ti misma y llamarte Raquel me conmueve, así que para mí, sos Raquel, mi Raquel. Sí, ya sé, te perturba mi manera de hablar, combinando estilos antigüos y modernos. Oui oui, mon amour, he vivido más años que los que podrías entender.
Pero déjame aclararte, nunca nadie me afectó como tú lo haces, eres una belleza. No, no discutas, lo eres, y he visto la suficiente cantidad de mujeres como para decir que hablo con conocimiento de causa. Acertaste, no voy a matarte. No, princesa, tampoco violarte, es más, no te haré nada sin tu consentimiento. ¿Te resultaría más cómodo que dejara de leerte el pensamiento? Sólo quería ahorrarte la molestia de hablar", dijo él, riendo entre dientes.
"Las palabras son hermosas, no una molestia, pero gracias, supongo. Ahora decime, ¿cómo sabés quién soy, y qué carajo hacés en mi cama a las 6 menos veinte de la mañana?", le espetó ella, respirando por fin.
"Calma, querida. Sé quién sos porque te ví una vez en un bar, y me enamoré de tu andar confiado, de tu voz grave pero femenina, de tus ojos color avellana, de tu pelo oscuro y tu piel muy blanca para los mortales, pero muy mortal para los inmortales. Me enamoré de cómo abrazabas a aquel que amabas, y de cómo sonreías a aquella que no soportabas sólo porque considerabas contraproducente que te odie. Me enamoré de cómo habías elegido tu atuendo, demasiado formal para una adolescente, demasiado juvenil para un adulto. Me enamoré de tu vocabulario, de todos los libros que atesoras en tu mente con tanta precisión. Me enamoré de los traumas que vi en tu mirada y de las mentiras que escuché de tus labios... Muy simplemente, bella, me enamoré de vos. Y desde entonces, no pasó día (o más bien noche, vos entendés) sin que te viera por lo menos una vez. Entrando a tu casa, esperando el colectivo, leyendo, escribiendo, dibujando, cantando, amando... Todo lo que hacés, lo hacés con virtuosismo. A cada cosa que hacés, a cada cosa que mirás, le ponés todo de vos misma. Nunca ví a un ser tan vivo, y para alguien que está muerto, eso es sumamente atrayente, sabrás entender.
Y qué hago acá... bueno, no tenés manera de saberlo realmente, aunque estés leyendo un libro al respecto. Soy de las primeras generaciones, tengo más de 6 mil años, el sol sólo me broncea ligeramente y un poco de fuego no logra aniquilarme. No le tengo miedo a nada, linda, aunque ese libro que tenés en tus manos describa con acierto cómo matarme." Se miraron fijamente, mientras ella procesaba todo lo que acababa de escuchar. Había algo, algo de todo lo que había dicho, que carecía de sentido, pero en su confusión, no lograba encontrarlo. Hasta que se dio cuenta, y habló.
"¿Y me vas a decir, esperando sinceramente que te crea, que el nombre Dante existía hace más de seis mil años?", suspiró con incredulidad.
"Claro que no, cielo. Lo adopté hace unos cien años, pero con el tiempo los nombres tienen tan poca importancia comparados con otros recuerdos, que para no olvidar lo demás, uno los omite. No recuerdo mis otros nombres, y eso me permite recordar mejor mi pasado, y el nombre de los demás." La respuestá era tan simple, como todo lo que decía, tan humana, que no sabía qué contestar. Había adivinado una veta de dolor en sus ojos mientras él hablaba de recuerdos, y le había dolido, sí, aunque no tanto como a él. Se sorprendió sintiendo aprecio hacia este hombre, aunque por supuesto, no el amor que él le profesaba. Había alguien a quien ella amaba, y que predominaba por sobre cualquiera, y ella lo sabía tan bien que no admitía la posibilidad de que a él se le escapase el detalle.
"Y entonces... A ver, me queda una duda. Bueno, me quedan muchas dudas, pero esta realmente me encantaría que me la respondas. ¿Qué esperás lograr con este encuentro? ¿Por qué viniste a enfrentarme? ¿Por qué me decís todas estas cosas, por qué confiás en mí si no vas a matarme? ¿Por qué me hablás de amor cuando sabés que yo no lo correspondo? ¿Cuál es el sentido de esta conversación?" Tomó aire, y repasó sus palabras, para luego añadir "Perdón. No quiero ser insensible, pero el tacto no es mi fuerte, y si hace un año que me seguís deberías saberlo. No quiero lastimarte, sólo quiero entenderte. Siempre es así conmigo."
"Me sorprende que hayas adivinado que hace un año que te sigo. ¿Sabés acaso de qué bar hablo, de qué persona a la que amás, y de qué persona a la que no soportás?" Parecía, antes que nada, sinceramente impresionado.
"No es dificil adivinarlo. No suelo sonreir a quienes no soporto, y sé hasta qué camisa tenía puesta en ese momento. Pero tampoco es dificil notar cuando alguien elude una pregunta." Otra vez esa mirada penetrante en sus ojos, ese dolor. No pudo evitar desviar la atención, y notó su ropa. Una camisa, pantalón de jean con una cadena colgando, una cadena de collar. Borcegos en los pies. Y todo perfectamente negro. Lentamente, la extraña manera de hablar, el divertido modo de mirarla, todo, todo tomó un sentido que ella ciertamente no se esperaba. Él quería ser lo que ella esperaba. Quería ser el adolescente maduro, el del vocabulario amplio, el de las palabras filosóficas, el que la amara por la sinceridad y por las mentiras, el que fuera perfecto para ella. Estaba intentando ocultar su manera de pensar inmortal, estaba intentando hacerse pasar por alguien de este siglo, pero por alguien extraño en este siglo, como era ella. Había leído en su mente sus ambiciones y estaba intentando adecuarse a ellas. Estaba fingiendo.
"¿Siempre sos así, dulce? ¿Siempre adivinás todas las mentiras y descubrís todos los engaños tan fácil?", preguntó él, sabiendo lo que ella pensaba, enojado pero sólo consigo mismo.
"Inmortal o no, sos un hombre. Vampiro o no, alguna vez fuiste un humano y hay ciertas cosas que nunca mueren. Además, era bastante obvio. Podrías haber venido de negro sin vestirte exactamente como a mí me gusta, y hubiera considerado que simplemente te gustaba el color." En cierto modo, este ser, Dante, le inspiraba algo de lástima. "No solés relacionarte con humanos, ¿no?"
"No, por supuesto que no. A menos que consideres a mis presas, suelo evitar contacto innecesario." El cierto matiz de soberbia que había en su voz casi logra irritarla.
"Bueno, si lo hubieras hecho, sabrías que los humanos de este siglo no creemos en las utopías. Si vemos algo que es simplemente perfecto, buscamos el engaño, el photoshop en la foto, el maquillaje en el rostro.. Básicamente, no creemos en la perfección sin engaño. Probablemente si Dios se le presentara al Papa hoy, él creería que es un holograma. Hoy en día, los ideales sólo existen en las ideas, y la única fé que tenemos es en que sin duda nos estamos equivocando. Okey, me fui por las ramas. Pero no me gusta la gente que no puede... Ver, supongo. Entender, quizá." Respiró hondo, e intentó concentrarse. ¿Qué se suponía que tenía que decir? Era increíblemente insoportable pensar sabiendo que podían adivinar tus pensamientos. "Vos sabés perfectamente, o eso quiero creer, que yo estoy enamorada. Y que no es de vos, y que eso no va a cambiar, y que por muy perfecto que seas o parezcas, yo no quiero alguien perfecto, ni alguien mejor que él. Lo quiero a él, y nada más."
"Amaría que me ames, pequeña. Pero no te preocupes, no lo necesito. Después de haber vivido tanto, y de haber sufrido tanto más, por mucho que nunca me hayan rechazado así, no es tan grave. O quizá, no esté tan enamorado cómo pensaba. Tan sólo fue lindo creerlo."
"Estás mintiendo, de vuelta. Ni vos te creés eso." Era tan evidente para ella. "Para tener la edad que decís tener, sos bastante malo mintiendo."
"Lo sé. Mi vida está, y siempre estuvo, basada en mentiras. Y eso, son muchas mentiras, creeme. Para mí vos, sos una mentira, el amor es una mentira, y por lo tanto, tuve que ser una mentira al acercarme a vos. Para vos soy un mentiroso, y para olvidarte, me diré que era una mentira amarte, y estaré mintiendo, de nuevo. Porque el dolor que siento es real, pero yo, mi niña... Yo soy una mentira."

2 comentarios:

  1. hannah te odio ^^


    me atrapa su fucking forma de hablar, pero eso ya lo sabíamos.
    y te cité, porque lo del papa tiene la posta.

    y además el último párrafo dolió mucho.

    se supone que consideres eso una crítica.
    Love you.

    ResponderEliminar
  2. Los humanos de este siglo no creemos en las utopias, pero nos dejamos tropezar por tan poco menos que eso cuando nos olvidamos que deberiamos buscarlas de cualquier manera.

    ResponderEliminar